jueves, 20 de diciembre de 2007

LA VIOLENCIA EN LAS BARRIOS MARGINADOS

Estudio sobre la violencia en los barrios empobrecidos de Santo
Domingo: Relevancia de la Educación en la prevención de la
violencia


Rita Ceballos
Centro Cultural Poveda

La investigación consistió en una aproximación a los factores individuales y sociales, de carácter
macro y micro, que se articulan en las situaciones de violencia que se manifiestan en la sociedad
dominicana de hoy y, en particular, en los barrios donde residen los sectores empobrecidos política,
social y económicamente. (Esta última elección está asociada a la creciente incriminación de los
barrios populares, que los medios de comunicación presentan de una manera deformada e interesada
como generadores de violencia). Su metodología es participativa involucrando a organizaciones y
personas de las comunidades/barrios afectados. El estudio surge de la necesidad de desarrollar
alternativas educativas y comunitarias concretas que favorezcan la construcción de una cultura de
paz en los barrios populares. Sobre todo, dados los riesgos graves que corren estas poblaciones al
ser sindicadas como “violentas”, lo que agudeza el problema de la pobreza sumándole la represión,
el aislamiento y el miedo, que justifican el trato discriminatorio a las personas residentes en dichas
barriadas populares.

Problema

Se afirma que el problema de la violencia es actualmente uno de los más graves del continente latinoamericano
y caribeño. Este afecta sobre todo a la ciudad debido a que el incremento de la violencia proviene de la
criminalidad urbana y de la violencia generada por las escandalosas desigualdades económicas (Fajnzyber,
1998), esto es, por la brecha cada vez más grande entre ricos y pobres. Pero, ¿no proviene también de la falta
de sentido para la vida—de utopías y de sueños por realizar—, de la ausencia de motivaciones trascendentes,
aún más de la ausencia de procesos educativos que conduzcan a dignificar la persona, a valorar la vida, y en
general, al debilitamiento de las instituciones tradicionales de socialización?

El problema de la violencia además de su impacto en la pérdida de vidas y el desarrollo económico,
afecta y transforma la cultura política y los procesos democráticos de los países que la sufren. Ante el aumento
de la percepción de inseguridad pública, y la ausencia de políticas efectivas de parte de los gobiernos, muchos
ciudadanos abandonan la participación social y política (Del Olmo, 2000), y/o buscan salidas individuales de
protección y sobrevivencia. Además de que se comienza a valorar las actitudes autoritarias de “mano dura” y
aumenta la desconfianza en las instituciones y en los mecanismos legales “la policía nunca resuelve” “aquí no
hay justicia...a los dos días ya están sueltos” (GFJG), del mismo modo como crece el apoyo a figuras políticas
autoritarias, ya que “hace falta mano dura” para ponerle orden a la ciudad. Se plantea así una quiebra de los
muy precarios ensayos democráticos en América Latina y el Caribe.

La República Dominicana esta ubicada en la isla caribeña de Santo Domingo en el archipiélago de las
Antillas. Tiene un poco más de 42,000 kms_ y cerca 8 millones de habitantes. Su capital es la ciudad de Santo
Domingo. En ella se localizan los barrios que hemos incluido en este estudio sobre la violencia. Barrio en
nuestro contexto es una demarcación urbana donde predomina la población de bajos ingresos. Los barrios
sufren y son víctimas de diferentes tipos de violencia, violencias que al mismo tiempo generan otros tipos de
violencia. El hacinamiento es otro de los graves problemas que confrontan los barrios. Los barrios reúnen al
más alto porcentaje de habitantes de la capital. En un menor espacio físico habitan la mayoría de los capitalinos
(en mayor espacio físico habita la minoría), lo que se refleja en el hacinamiento inhumano en que “viven” casi
todos sus moradores. El hacinamiento es parte de la violencia estructural, pero también introduce la falta de
intimidad y la falta de espacio para la convivencia familiar y vecinal, provocando o potenciando otros tipos de
violencias. La capital dominicana es una ciudad caracterizada por el bullicio y la alegría de su gente, por la
desigualdad urbanística y económica entre sus diferentes sectores.

© Rita Ceballos


LA VIOLENCIA EN LAS BARRIOS EMPOBRECIDOS

La investigación se ha realizado en el contexto de los barrios populares de Santo Domingo,
específicamente los de la zona norte (ver figura 1). La zona norte que configuran los barrios populares a orillas
del río Ozama es una de las más viejas formaciones barriales de la ciudad de Santo Domingo, allí se ha visto
consolidar una cultura barrial de resistencia y sobrevivencia, que ha sabido articular con su identidad y
esperanza en los últimos cincuenta años: de resistencia, porque su población ha enfrentado en ese tiempo la
represión policial y militar, incluyendo una invasión militar extranjera, las incursiones de bandas paramilitares,
la organización de pequeños grupos armados articulados al negocio de la venta de drogas, que siembran la
intranquilidad en el barrio y las redadas policiales contra sus moradores; de sobrevivencia porque su población
tradicionalmente afectada gravemente por el desempleo, vive al día a través de trabajos precarios, “chiriperos”,
sin servicios de agua potable, con un ineficiente servicio de energía eléctrica que se paga a altos precios en
comparación con los ingresos, y deficientes servicios de recogida de basura, sanitarios y de salud. Pero al
mismo tiempo, la solidaridad entre los vecinos ha impedido que situaciones catastróficas (provocadas por la
represión policial, paramilitar o luchas entre grupos armados, o por desastres naturales, como los huracanes)
destruyan la unidad barrial, especialmente porque en esas situaciones la comunidad organizada ha sabido hacer
oír su voz y actuar en consecuencia. No obstante en los últimos años se percibe una crisis de los movimientos
barriales organizados al tiempo que un aumento considerable de la violencia expresada particularmente en los
grupos o pandillas relacionados con el tráfico de drogas en los que se ven involucrados dentro del barrio
especialmente jóvenes y adolescentes de las barriadas. ¿Qué papel podría desempeñar o desempeña la
educación popular en el tema de la violencia en medio de condiciones de vida tan hostiles y dramáticas? ¿Qué
papel juegan las organizaciones comunitarias, las iglesias, las familias en la prevención de la violencia? ¿Qué
procesos son necesarios para que las organizaciones comunitarias recuperen su protagonismo? Estas preguntas
han orientado el presente estudio.

El problema de la violencia urbana en los últimos años se ha agudizado al mismo ritmo que el
empobrecimiento, y, paradójicamente, que el crecimiento económico. Pero en el barrio se viven muchos otros
tipos de violencias. La violencia política caracterizada por las promesas incumplidas, acciones autoritarias,
decisiones arbitrarias. La violencia familiar denunciada desde el abuso infantil y la violencia contra la mujer.
La violencia verbal caracterizada por las relaciones agresivas y los insultos. La violencia vecinal. Y la cruel
violencia ecológica o medioambiental expresada por el ruido, la falta de espacio para sembrar un árbol, la
acumulación de basura, la suciedad del río Ozama, el “olor” de las aguas sucias ante la ausencia de cloacas,
etc. La violencia física, que tiene que ver con la infraestructura del barrio como el hacinamiento, la falta de
espacio en la vivienda, la falta de espacio hasta para las relaciones intimas, falta de espacio en las calles. El
transporte inhumano, las “voladoras suicidas” (vehículos de transporte público en muy malas condiciones), los
chóferes y cobradores agresivos. Entre otras tantas y tantas violencias cotidianas. Y la imprevisibilidad diaria,
la necesidad de “buscársela” para por lo menos comer una vez al día, esa angustia y estrés diario que provoca
la inseguridad de la pobreza (Gutiérrez, 2001. p. 50). “Mañana qué voy a darle a los muchachos de comer....”
Violencias que provocan un cotidiano tan estresante como desesperanzador, poniendo las bases suficientes
para la irrupción del conflicto social. Pero aún así, en el barrio no se pierde la pasión por la vida, el instinto de
lucha que empuja el día a día…por eso se protesta! La solidaridad que en medio de la pobreza extrema a tantos
sorprende, el altruismo también inherente a la mayoría de los y las moradores y moradoras y esos otros tantos
rituales de afirmación comunitaria.

En el trabajo que realizábamos desde el Centro Poveda en los barrios empobrecidos de la zona norte
de la capital dominicana a través del proyecto Educación para el Desarrollo Local, los y las participantes de
este proyecto en su mayoría líderes de organizaciones comunitarias y barriales, expresaban su preocupación
por la violencia que tanto a niveles del barrio como del resto de la ciudad y del país venían percibiendo. El
barrio estaba preocupado por la violencia que día tras día se escenifican en sus calles y callejones pandillas
dedicadas al robo y/o a la venta de drogas. Situación ésta que los medios de comunicación se encargaban de
“mostrar” al resto de la población, no sin una manera prejuiciada, condicionada y magnificada, afectando
considerablemente la imagen de la gente del barrio.

Para entender la violencia desde la realidad dominicana tenemos que abordarla desde lo micro y la
macro. Entender que hay una violencia en la cultura y una cultura de la violencia. Las raíces de la violencia se
deben tanto a factores coyunturales (económicos y sociales) como a factores históricos. La raíz no esta en el
barrio, ni en los pobres, ni en los deportados (dominicanos repatriados de USA), esos son “chivos expiatorios”.
Las acciones para combatir la violencia no deben dirigirse solo a una perspectiva individual como el trabajar
los valores, la familia, etc., pues el problema no sólo radica en el individuo en sí. Es necesario cuestionar y

abordar la estructura social, el empobrecimiento creciente. Es necesario unir fuerzas y esfuerzos desde el barrio
y desde toda la ciudad, tanto en acciones “apaga fuego” que atiendan las urgencias, como en proyectos a
mediano y largo plazo que tiendan a fomentar el potenciar creador de vida y de paz ya existente en los barrios.
Este sigue siendo un desafío para los procesos de educación popular que impulsamos. Pero sólo se logrará
detener el huracán de la violencia si se logra –con una obligada solidaridad- disminuir, por lo menos, el
crecimiento de la pobreza. Sin justicia social no hay paz. Y la falta de paz no sólo afecta a los barrios…quien
más tiene, más pierde. O somos solidarios, o nos hundimos todos.

Perspectiva Teórica

Los barrios empobrecidos de la capital dominicana desde sus orígenes han sido escenarios de reclamos,
paralizaciones y luchas en busca de una sociedad más justa e igualitaria. Los barrios muestran ese rostro de la
verdad que muchas veces queremos esconder cuando “vendemos” la República Dominicana como “el paraíso”
del Caribe o cuando nos gozamos mostrando los avances que ha alcanzado la economía dominicana en los
últimos años. Utilizar la categoría “empobrecidos” refiere de por sí nuestra posición con relación a la pobreza
existente. No se nace pobre, se “hace al pobre”. Se fabrica la pobreza en la relación de acumulación y
exclusión. La pobreza, y por ende el empobrecimiento, es una acción directa de lo que es llamado “mercado
capitalista” y no un efecto indirecto del mismo, como afirman algunos investigadores (Hinkelammert, 2002, p.
234). Cuando hablamos de mercado nos referimos al conjunto de relaciones sociales, políticas y culturales que
se dan alrededor del sistema económico. Por mercado capitalista o postcapitalista o mercado totalizado se
entiende como aquella economía que reduce todas las relaciones al mercantilismo y al interés medio-fin
(Hinkelammert y Mora, 2001). Una de sus bases es la de afirmar y hacer creer que no hay alternativas que el
mismo, por lo tanto hay que dejarlo actuar a su modo como verdadero regulador de la sociedad (Houtart,
2001). Pertenece a su lógica la rivalidad de intereses, la competencia, el mejor o el más fuerte gana, más
ganancia a menos costos de producción, privatizar (Houtart, 2001).

Hay acciones, que en su primer momento, pueden tener efectos no intencionados, pero el
conocimiento de lo social, la experiencia de la práctica ha revelado los efectos y por ende ofrecido estos
conocimientos. La pobreza no es “natural”, ella es efecto del enriquecimiento de una minoría en detrimento de
la mayoría de la población. Por eso hablamos de empobrecimiento, una acción perversa, antisolidaria y
consciente, amparada en un pesimismo cínico y complacencia irresponsable. “La persistencia de hambre
generalizada es uno de los rasgos más horrorosos del mundo moderno. El hecho de que en tan gran número la
gente continúa muriendo cada año de hambrunas, y que muchos millones más terminan pereciendo de manera
regular por miseria persistente es una calamidad ante la cual el mundo, de manera algo increíble, se ha
acostumbrado con frialdad. No parece engendrar la clase de “shock” e inquietud que sería razonable esperar
dada la enormidad de la tragedia. En realidad, las personas generan a menudo sea “cinismo (“no se puede hacer
mucho”), o una irresponsabilidad complaciente (“no me acusen—no es un problema sobre el que yo tengo que
responder”) Estudio de Dréze y Amartya, p. 275-276 (citado por Iguiñiz, 1999).” Esta es la primera violencia
que afecta a los barrios de la capital dominicana y a los pobres del mundo.

Esta violencia estructural, como le llama Johan Galtung (1998),

esta edificada dentro de la estructura, y se manifiesta como un poder desigual y, consiguientemente,

como oportunidades de vida distintas. Los recursos están desigualmente distribuidos, como sucede

cuando está fuertemente sesgada la distribución de la renta, o está desigualmente distribuida la

alfabetización/educación, o cuando los servicios médicos existentes en determinadas zonas son sólo

para determinados grupos, etc. Por encima de todo, está desigualmente repartido el poder de decisión

acerca de la distribución de los recursos. (p. 38-39)
Entonces, nos preguntamos, ¿cómo es posible afirmar que es indirecta tal violencia? Según señala esta
violencia no tiene un actor visible o evidente, a diferencia de lo que llama violencia directa donde sí se
conocen los actores. Pero basta con echarse una mirada por nuestra realidad y ver su visibilidad a través del
efecto de sus acciones. Sí podríamos afirmar que los “agresores” son más plurales, en un mercado globalizado,
ellos son los que se hacen “invisibles” en sus rostros, pero no en sus acciones.

Los primeros barrios de la zona norte de Santo Domingo inician su aparición en el período final de la
dictadura trujillista que vive la República Dominicana por más de 30 años (1930-1961). El surgimiento de los
barrios empobrecidos de la zona norte de la capital fue consecuencia de un proceso de expulsión de los pobres
de su tierra en el campo, de un proceso de expulsión de la población de la ciudad -de los más pobres de la


La Violencia en los Barrios Empobrecidos
ciudad hacia fuera de ella-, y también al uso de una mano de obra barata, ante la necesidad de empleo se
buscaba “algo que hacer”, por lo que se le pagara (Lozano, 1997). Sin condiciones económicas para buscar
alojamiento fueron construyendo sus viviendas en las inmediaciones de las construcciones y/o lugares de
trabajo. Forman la superpoblación del capitalismo dependiente dominicano (Duarte, 1980).

La violencia delincuencial barrial era muy reducida. Había ladrones, estafas y delitos menores. Pero la
delincuencia no afectaba la vida del barrio. En general, por un lado, las personas vivían con más confianza y
tranquilidad. Pero la vida estaba más controlada con el riesgo de perderla de manos del Estado. El temor a la
represión y a la desaparición (asesinato) durante la dictadura fueron mecanismos de control delictivo. El
Estado era el único al que le era “permitido” ejercer la violencia. Durante el corto periodo del gobierno del
profesor Juan Bosch (1963) los barrios consiguieron algunas mejoras estructurales; nacen (1962) los clubes
culturales, deportivos y juveniles, expresión del movimiento barrial de la época (Ceballos, 1995). La capital
dominicana vuelve a experimentar la violencia del poder político al ser destituido este gobierno mediante un
golpe de estado apoyado por la oligarquía nacional, las Fuerzas Armadas y sectores de poder internacional.

Después de la Revolución de Abril (1965) y de la imposición en el poder del Dr. Joaquín Balaguer
(1966), la realidad de los barrios fue cambiando su configuración procesualmente. Por un lado hablamos de
continuidad: la pobreza aumentó; la situación del campo empeoró (a pesar de las medidas tomadas por el
nuevo gobierno, como el discurso público de la reforma agraria), lo que trajo como consecuencia
–nuevamente- la emigración masiva hacia la ciudad; y la represión y la persecución política siguieron en su
auge. Pero a nivel de conciencia política se percibe un cambio en la población barrial.

Durante los “Doce años” de gobierno balaguerista hubo una especie de dignidad barrial marcada por
diferentes elementos. El primero de ellos fue la situación política. El pueblo había experimentado el deseo de
cambio, un despertar del sueño en que lo había mantenido la dictadura, y un borrar el trujillismo. Otro
elemento es la experiencia del gobierno de Juan Bosch y la conciencia política fortalecida durante la lucha en
la Revolución de Abril. En palabras de un dirigente barrial:

La gente entendió que aún fuera pobre tenía derecho a otra cosa. En ese entonces creía que lo había

encontrado en el gobierno de Bosch y después en el gobierno de Caamaño (1965) que fue señal de

resistencia dura contra los norteamericanos. (EDB1)
El gobierno de Joaquín Balaguer, hijo predilecto del dictador ajusticiado, significaba la continuidad del
trujillismo, la represión y la representación de la intervención norteamericana que lo había impuesto en el
poder a la nación dominicana, generando represión organizada por bandas paramilitares que perseguían y
apresaban sobre toda a gente joven de los barrios, con miras a mantener el orden injusto establecido (Agenda
de Desarrollo Gualey, 2003).

En cada barrio había por lo menos diez personas que habían peleado en la revolución y llevaban ese
fervor político en las venas. Comienzan a nacer grupos que hacen la oposición política a Balaguer. Grupos de
izquierda aprovechan esta circunstancia y refugian sus luchas y sus acciones en los barrios. Los clubes
deportivos y culturales constituían otro espacio importante en materia de concientización política, participación
y de recreación en los barrios (Ceballos, 1995). Los clubes generaron un sentido de resistencia a la semi-
dictadura de estos “Doce Años”, y además se distinguieron por el combate al consumo de drogas (Cassá,
2001).

Algo sucedió y, de pronto, ya el barrio no es identificado como esa fuente de luchas y de
reivindicaciones sociales. Hoy el barrio es visto como lugar de violencia y delincuencia. El contexto general ha
cambiado. “El mundo ya no es el mismo”. Las opciones se han relativizado. Los compromisos sociales se han
relativizado en función del bienestar familiar y económico. Los jóvenes de hoy ya no encuentran dentro del
barrio el sentido de sus luchas ni el fortalecimiento de sus sueños.

Los barrios revelan la perversidad y el fracaso del capitalismo y del sistema neoliberal; revelan que la
pobreza y que el pobre existen; revelan que los insistentes crecimientos económicos (en los años 70 y 90) sólo
han beneficiado a una parte del país a costa del empobrecimiento de las mayorías. Y los barrios también
revelan la pasión por la vida inherente en el ser humano y desbordante en el ser caribeño. Y los barrios se
rebelan. Ser sujeto es rebelarse contra la dominación de los otros y transgredir las reglas de juego de esa
heteronomía (Gutiérrez , 2001). Los barrios se rebelan y nace en ellos la protesta. Las protestas aunque surgen
por causas coyunturales ante la denuncia de necesidades y atropellos (agua, luz, educación, alza de precios,
redadas, etc.) van más allá de la coyuntura. Las protestas son y han sido el “grito del sujeto barrial”, una
manera explosiva y creativa de hacerse oír, hacerse mirar, hacerse sentir. Expresión de resistencia del cálculo
del límite de lo aguantable desde el barrio: economía moral del barrio. En las últimas décadas hemos tenido

protestas sociales organizadas por un conjunto de organizaciones populares y barriales—sin elemento
“delincuencial”—o sin “tigueraje” como dicen en el barrio-, en los años 90s surge en los barrios el fenómeno
de las protestas “sociales” con el elemento “delincuencial”, fenómeno que intentamos analizar preguntándonos
ante todo por el papel de las organizaciones y el por qué del protagonismo de los “tígueres”; ¿es esto señal de
crisis o deterioro del rol de las organizaciones comunitarias y populares dentro del barrio? ¿Qué significado
tienen las protestas iniciadas por los “tígueres”? ¿Buscan el bien común? Siendo que éstas surgen de
necesidades reales, pero afectan la vida del barrio, hasta el punto de dañar a sus propios moradores, “...no es
justo que hasta le quemen el carrito de concho a un ‘hijo de machepa’, siendo lo único que tiene para vivir.…
Esos tígueres lo que buscan es aparecer, llamar la atención” (GFDB2).

En el imaginario de una parte de la ciudad las buenas costumbres, los buenos modales, el proceder de
la gente decente no habita en los barrios. La gente de los barrios es mal hablada, grosera, vagos (por eso no
progresan), ignorantes, fracasados (Trigo, 2001) y los responsables del deterioro económico de los servicios
básicos, pues no los pagan y “...se pasan el día jugando dominó en la calle.…” (Expresión escuchada a una
joven profesional que recién “ascendía” a la clase media). Vivimos en una “ciudad partida”, divida por las
desigualdades sociales y económicas, partida por los estereotipos y prejuicios creados por la sociedad.

Los “tígueres” del barrio también protagonizan provocando, en parte, una de las violencias de las que
más se resienten en el barrio, los puestos de venta de la “cosita” o la “azuquita blanca”, refiriéndose a las
drogas; las peleas entre las pandillas o las bandas por el control del “mercado”, las “zozobras” entre el “DEA”
(así es llamado regularmente en el barrio la Dirección Nacional de Control de Drogas, al asociarla al
organismo estadounidense; en algunos barrios también le llaman “La Dirección”) y los tígueres, la “cogida” de
las calles y la perdida del espacio público que encima es también el espacio lúdico. Nos preguntamos por el
problema de la delincuencia dentro y fuera del barrio. Entendemos que tenemos que hablar de dos conceptos
diferentes, por un lado de cómo entiende la comunidad este fenómeno que se da en su interior, y por otro lado
cómo lo entienden las autoridades y las personas que viven fuera de los barrios, el resto de la ciudad. La
delincuencia entendida como un efecto indirecto de la globalización, un problema estructural y de poder,
definido también a partir de intereses legales, y, la delincuencia como una respuesta individual, una acción
libre pero condicionada. Muchos jóvenes, sin embargo, ante el descaro del empobrecimiento, tienen otras
respuesta de sobrevivencia, y estos, todavía, son una mayoría dentro de los barrios, justo nos parece reconocer
también estas actitudes de resistencia, de los muchachos que como ellos mismo dicen “optan por el buen
camino”.

En el barrio mas que de delincuencia se habla de “tigueraje”. El concepto “tíguere” propio del saber
popular dominicano (Collado, 1992), nos muestra una manera diferente que existe en el barrio de comprender
su realidad. Además de percatarnos de la evolución que ha ido sufriendo este concepto con el paso de los años.
Los tígueres del barrio, los que causan daño y les tienen en zozobra, son hijos del barrio. No son sólo unos
“violadores de la ley”, esa no es la preocupación básica; preocupa el estado de zozobra e inseguridad y el
desprestigio que esto está causando, “...usted va a buscar trabajo y porque es de tal barrio no se lo quieren dar,
aunque este mejor preparado que otro.…” (GFJ2). Para muchos de la ciudad el tíguere es un delincuente, es
alguien que merece morir—sin derechos humanos, un sin rostro, sin nombre, uno que viola la ley. La
comunidad no lo analiza en tanto violador de las leyes, sino en tanto que aquel afecta de forma dañina la vida
del barrio, pero juzgándolo como un hijo del barrio. Esto sin duda, no es un hecho generalizado. Pero es
alguien que se conoce, que tiene rostro, que tiene nombre, que tiene madre, que tiene familia, es alguien que en
ciertos momentos “ayuda” a gente de la comunidad. Los tígueres del barrio son varones jóvenes, y en muchos
casos niños. Y esto nos coloca ante la pregunta por la formación de la masculinidad, ¿por qué los varones son
más vulnerables al tígueraje? Estos “muchachos” realizan en su mayoría las actividades de venta de drogas y
de robos, para esto se “asocian” en grupos, conocidos como pandillas o bandas. Actualmente también se están
formando en los barrios unos grupos juveniles llamados “naciones”, los cuales desde la mirada comunitaria son
otro tipo de pandilla. ¿Sustituirán las “naciones” a otras formas tradicionales de socialización juvenil? ¿Son
ellas una forma de ganar un espacio negado a los jóvenes empobrecidos y estigmatizados de los barrios?

Para entender el problema de la violencia en un país latinoamericano o caribeño necesitaríamos
abordarlo desde una teoría que nos coloque más de frente con el contexto, ya que es imposible hablar de la
violencia en el Continente considerando al ser humano en su individualidad y no visto como un sujeto situado
en un contexto social e histórico específico, un contexto de marginalidad y exclusión escandalosas.

La palabra violencia viene del latín “vis” que significa fuerza. Algunos diccionarios consultados
definen violencia como: “calidad de violento”, violento: “que esta fuera de su estado natural” (Enciclopedia


La Violencia en los Barrios Empobrecidos
ESPASA 1999, p. 1416); “fuerza intensa...abuso de la fuerza” (Pequeño LAROUSSE Ilustrado, 1977, p. 1066).
En la definición de un hecho como violento debe tenerse en cuenta los diferentes elementos constitutivos del
caso.

La violencia es definida en sentido general como el uso excesivo de la fuerza, pero, ¿quién define
cuándo hay uso excesivo? o ¿qué es un uso excesivo de la fuerza?. Esta definición podría estar referida a lo que
es la violencia física, pero hay violencias tan sutiles, que no presentan excesos de uso de la fuerza.

Marilena Chaui (1999), filósofa brasileña, define violencia como “toda práctica y toda idea que
reduzca a un sujeto a la condición de cosa, que viola interna o externamente el ser de alguien, que perpetúa
relaciones sociales de profunda desigualdad económica, social y cultural” (p. 31-34). Galtung (1998) la define
como “la causa de la diferencia entre lo potencial y lo efectivo...cuando lo potencial es mayor que lo efectivo y
ello sea evitable, existe violencia” (p. 31), de igual forma la define Mireya Baltodano (1999), afirma que, en
términos del desarrollo humano, la violencia es todo aquello que atenta contra la optimización de las
potencialidades humanas, así, violencia social podría entenderse tanto actos de omisión como de comisión (p.
34). La marca constitutiva de la violencia seria la tendencia a la destrucción del otro, al irrespeto y a la
negación del otro, pudiendo la acción situarse en el plano físico, psicológico o ético (Lucinda y Candau, 1999).

Violencia es, entonces, toda práctica y toda idea que reduce al ser humano a objeto; toda práctica o
idea que niega al ser humano su condición de sujeto y que le limita, le rompe su potencial autónomo y de
libertad.

El barrio se resiente ante el tigueraje y focaliza este tipo de violencia más que muchas otras. Pero es
que los efectos del tigueraje dentro del barrio atiende nuestras urgencias y afecta de manera particular a sus
residentes. Basta con echar una mirada a las puertas de las casas. El barrio nace con una cultura de puertas
abiertas, el efecto tigueraje ha hecho cerrar las puertas y ponerle verjas a las casas (quien puede y consigue un
dinerito); la corporeidad angustiada, el miedo, la inseguridad y el temor tanto ante los tígueres como ante el
“DEA”. La pérdida del territorio, la inseguridad y desconfianza. La discriminación por ser del barrio y la
perdida de oportunidades y trabajos. La ruptura del lazo comunitario. La eliminación procesual de una cultura
de puertas y corazón abiertos, entre otros efectos.

La pandilla es una microsociedad mercadocéntrica. Ella domina los puntos de venta de droga en el
barrio. Ofrece una identidad a sus miembros, crea lazos de afectos. Da poder y status. Actúa, según los
testimonios, ante la complicidad policial, “usted no puede ni denunciarlos, pues los tígueres al rato ya saben
quien fue...”, y actúan con descaro ante la comunidad, utilizando el espacio público impune e impúdicamente,
realizando la venta delante de los niños y hasta usando a éstos como “mulas” (transportar droga). ¿Cómo vivir
en condiciones tan hostiles?

Pero el hecho de “delinquir” traspasa las fronteras barriales y no es exclusivo de la pobreza, sólo que
los delincuentes de “cuello blanco” aquellos de delitos “no convencionales” no siempre salen a la luz pública y
si salen no se les pone este epiteto discriminatorio. Esta es la delincuencia primera, se denuncia en el barrio,
estos son los verdaderos delincuentes, porque habiendo tenido un mundo de oportunidades no se conforman
con lo que ya tienen. Pues, como dicen en el barrio, por poner un ejemplo, “...la droga la llevan al barrio,
ninguno de estos muchachos se monta en un avión o en un barco para buscarla allá fuera” (GFM). Por otro
lado, la corrupción estatal también está hoy en el tapete en el estado dominicano. ¿Será que se les ha llamado
“delincuentes” a algunos de estos funcionarios y políticos denunciados y/o apresados? No. A algunos se les
dice “corruptos”, pero todos conocemos las historias de funcionarios del estado-delincuentes, diputados-
delincuentes, banqueros delincuentes, etc., esto por traer a la memoria algunos casos. Pero la delincuencia de
los pobres es y ha sido el chivo expiatorio de nuestra sociedad.

En los últimos años se nos ha vendido la imagen de que los jóvenes son los responsables del actual
auge de la violencia, la delincuencia y la inseguridad ciudadana. Pero no se habla de todo joven. Se habla del
joven empobrecido, aquel que vive en el barrio marginalizado de la ciudad. Él es nuestro enemigo. De “actor
social -rebelde sin causa” (Passerini, 2000, p. 441) en décadas pasadas, el joven ha pasado a “ladrón sin culpa:
delincuente: revoltoso”, otra especie de rebelde sin causa. En términos barriales dominicanos, de “tíguere:
joven astuto, inteligente, y hasta protector del barrio”, se ha convertido en “tíguere: joven ladrón, del
bandidaje, vendedor de drogas, que ha causado—provocado—y que daña la imagen del barrio” y que es el
temor de las y los moradores. “Resulta urgente ‘deconstruir’ el discurso que ha estigmatizado a los jóvenes, a
los empobrecidos principalmente, como los responsables del deterioro y la violencia.…” (Reguillo Cruz, 2002,
p. 46).
La pregunta por los/las jóvenes se hace urgente. Muchos de los jóvenes que en épocas anteriores
protagonizaron las luchas por la democracia nacieron en los barrios. ¿Qué ha pasado con los jóvenes? ¿Qué
pasó con los movimientos y grupos juveniles? Buscamos respuestas en la memoria de tanta gente, de tantos
líderes “sobrevivientes” no sólo de una época sino de las garras perversas de uno de nuestros tiranos. Los
documentos escritos son pocos, pero tenemos la memoria aún a flor de piel de aquellos tiempos vividos. Se
trabajó, afirman casi todos, para la desarticulación de los grupos juveniles protagonizados en gran parte por los
clubes barriales. Jóvenes, de izquierda, preocupados por una sociedad más justa, más humana, más igualitaria
fueron asesinados o “desaparecidos”, durante la inolvidable época de “los doce años”. Se eliminaron los
clubes, se asesinaron líderes, los partidos políticos “cazaron” a muchos jóvenes comprometidos socialmente y
se llevó la droga al barrio...así se fue asegurando la alienación y el silencio. Hoy visualizamos muchos jóvenes
apolíticos y alienados, desencantados, sueños frustrados, sueños falsificados. La lógica del poder los ha
envuelto, los ha atrapado. Pero, no ha muerto la esperanza, así habla otro grupo de jóvenes de la “nueva”
generación, con menos espacio de participación, casi sin acompañamiento ideológico, sin formación, pero con
muchos sueños por realizar y muchos deseos de trabajar y hacer un mundo distinto. Si no los atendemos a
tiempo...podemos perder este rico potencial.

Pero qué provoca que una persona, un joven, un niño, se involucre en la delincuencia, entre al
tigueraje. Afirmamos que nadie nace siendo delincuente, “...muchos de estos muchachos los vimos
nacer…crecer...ir a la escuela...brincar por el callejón...y eran buena gente.…” (GFM). Entonces nos
preguntamos ¿cómo se hace un delincuente? Cuando se es madre de uno de estos muchachos la primera actitud
es la autoculpabilización: ¿fui mala madre? Solemos actualmente acusar a la familia, a la falta de valores
–buscando respuestas o causas individuales-, no obstante, son muchos los factores que intervienen en los
procesos de formación o “deformación” de una persona. Es verdad que las necesidades económicas, que la
pobreza extrema empuja a muchos de estos jóvenes a la delincuencia, a buscarse la vida “por el mal camino”
como afirman algunos jóvenes. Pero también pensamos en el deterioro de los procesos tradicionales de
socialización. Estamos actualmente ante un mundo en crisis, una propuesta socio-cultural-económica en crisis.
Unos sueños falsificados: eres más si compras más, si tienes más, se te impone el mundo etiquetario. El
mercado necesita vender a costa de lo que sea. El control social moderno se debilita en la comunidad y pasa a
ser una prerrogativa del mercado, de una fuerza anónima y externa a la comunidad. El joven del barrio se
socializa en la familia, que esta en crisis, en la escuela, que esta en crisis, en los grupos, que están en crisis, en
las calles, en las iglesias, en el barrio, y por supuesto con los amigos, y ¿cómo obviar el poder arrasador de los
medios de comunicación? La influencia de los amigos, para muchos analistas del barrio es fundamental para la
inserción en el mundo del pandillaje, así como el modelo y las imágenes que se les venden a los jóvenes tanto
en el mercado de consumo globalizado, a través de los medios de comunicación, como en los nuevos “ídolos”
que se promueven dentro y fuera del barrio. Necesitamos modelos, confiables y positivos. El Ché ahora es
adorno para una camiseta y no un estimulo para la lucha por un sentido de la vida, pero sigue siendo un
símbolo de lo “distinto” y esto hay que recuperarlo. Muchos jóvenes se están “encantando” con esta figura, que
aún siendo casi desconocida para ellos, les ofrece un símbolo de un ir “a contracorriente” de una sociedad del
mercado, del consumo en la que se te vende como sueño, por ejemplo, un carro último modelo, un jean o unos
tenis de marca, etc., para que te valoren, para que te respeten, para que te amen. Es indiscutible que tenemos
que manejar la variable estructural en dos puntos específicos, por un lado el factor económico y por otro lado
el factor socio-cultural, religioso y afectivo dentro de la utopía de lo que deseamos ser. En todos se involucra y
manipula el mercado.

Los tígueres hijos del barrio, todos jóvenes biológicamente hablando, son también hijos de la
globalización neoliberal que les golpea no sólo con las carencias económicas, sino también con los
“sueños—utopías” e imaginarios que le transmite. Los jóvenes son actualmente los protagonistas del mercado
consumidor, a ellos y a ellas se les invita a “ser libres, diferentes, especiales, únicos...” usando tal o cual marca,
así “serás más tú mismo...la alegría de vivir”.

...algunas veces por competencia, por fanatismo, muchos…muchos jóvenes yo he hablado con ellos,

una vez con una turba con ellos y los de allá decían que ellos le tenían envidia, que los de la

Altagracia eh…les tenían envidia a los del Abánico porque, los del Abánico como que tiraban más

ropa, más tela, cosa de juventud. (EJA)
Esta cultura neoliberal promueve la construcción de individuos consumidores- objetos, seres no pensantes,
presos de la fantasía de la apariencia. “En el sistema actual, el sujeto es únicamente el mercado total...La


La Violencia en los Barrios Empobrecidos

idolatría del mercado transforma los objetos en sujetos y los sujetos en objetos. Frente a este sistema se hace

necesario reconstruir el sujeto” ( Richard, 1999, p. 233).

Yo conozco un amigo mío..., de que su papá vende guandules y su mamá vende zapatos, pero el joven

viendo sus amigos, los tígueres, con tenis de dos mil pesos, polocher caché, lo que quiere es lo

mismo...ya cayó en vender drogas para hacerse brillar..., pero por un medio que no es bueno. (GFJ1)

Una investigación realizada por el Fabio Abreu (2002) en la que entrevistan a “delincuentes” de
varios barrios de la capital dominicana da cuenta de que el 60% de los entrevistados son menores de 21 años de
edad, sólo el 28% oscilan entres los 22 a 29 años de edad.

La presencia de la mujer en la delincuencia barrial es minoritaria, pero no está ausente. Su edad según
testimonios de la gente del barrio también es la adolescencia, pero en el estudio antes citado se expresa que las
mujeres delincuentes en su mayoría oscilan entre los 24 y 30 años de edad. Así cómo nos hemos preguntado
por la formación de la masculinidad, nos preguntamos por la formación de lo femenino. La teoría de la
socialización podría ofrecer alguna explicación. La mayoría de los jóvenes—tígueres—barriales no ha
realizado estudios secundarios y han desertado de la escuela desde temprana edad.

El género y la edad son dos elementos que debemos tener en cuenta al pensar en el perfil tanto de los
victimarios como de las víctimas; “El género es un factor cultural que pone en situación de riesgo a ciertas
personas y predispone a otras a ejercer violencia” (Arraigada y Godoy, 2000, p. 114). Se ha afirmado que la
delincuencia afecta a la población masculina joven. La violencia esta masculinizada:“más del 90% de la
violencia directa en todo el mundo es ejercida por hombres, así que se necesita la desmitificación de los mitos
masculinos” (Galtung, 1998, p. 74).

La violencia es tanto un asunto conductual como social. Los polos individuos y sociedad son
inseparables, por lo mismo es imposible buscar culpables solitarios, pues aunque no se trata de encontrar
culpables, está es una responsabilidad que le atañe a toda la sociedad, ya sea por complicidad activa o por
complicidad pasiva.

Los conflictos son necesarios, pues ayudan, empujan el cambio social y abren nuevas posibilidades.
Aquí su naturaleza positiva (Wehr, 2003). Cuando un conflicto genera violencia, daño y provoca destrucción,
se torna negativo. La agresión se entiende como una forma de violencia, sin embargo también la agresividad
como esa energía interna, una disposición que forma parte de la conducta humana, es positiva y necesaria para
la autoafirmación del sujeto y esta determinada por los procesos culturales de socialización.

La violencia, como la hemos visto, es un resultado. Es resultado de la falta de recursos materiales e
institucionales de la población empobrecida, de la ausencia de servicios del Estado y de la introyección de un
imaginario que pone el valor de la persona en el consumo y la lucha de la competencia y el poder como el
camino para llegar a él, donde el bombardeo televisivo y publicitario muestra un paraíso inalcanzable, pero sí
deseable, soñable. Violencia es, entonces, toda práctica y toda idea que reduce al ser humano a objeto; toda
práctica o idea que niega al ser humano su condición de sujeto y su potencial para serlo.

Propósito del Estudio

El propósito general de la investigación es comprender la violencia cotidiana desde los propios sujetos que son
sus víctimas, conocer sus preocupaciones y sus análisis; cómo piensa el barrio esta situación que parece
producirse internamente, qué alternativas se plantea ante este problema que ellos mejor que nadie conocen.
También se busca conectarla con los otros niveles de violencia estructural que padece la sociedad y apuntar
hacia alternativas de carácter más general. Así como ofrecer estrategias pedagógicas abordables desde la
educación popular para la prevención y reeducación, involucrando a los principales protagonistas: la
comunidad, las víctimas y los victimarios.

Preguntas de Investigación
Preguntas centrales: ¿Es cierto que son “violentas” las personas moradoras de los llamados barrios marginados
de la periferia de la ciudad Santo Domingo?¿Cuáles relaciones de violencia tienen vigencia hoy en la sociedad
dominicana?¿Qué nexos tienen esas relaciones con el desarrollo de una cultura global en la sociedad
neoliberal? ¿Cómo funcionan estas relaciones y a qué se debe su desarrollo en los contextos empobrecidos?
¿Es posible enfrentar la violencia? ¿Con qué recursos cuentan las comunidades para hacerlo? ¿Cuáles pueden
ser desarrollados desde las organizaciones comunitarias y qué papel puede tener la educación en esa tarea?
Otras preguntas iniciales: ¿Qué papel juegan los medios de comunicación en la promoción de la
violencia en los barrios? ¿Cómo prevenir el crecimiento y las manifestaciones de violencia? ¿Qué se entiende
por violencia desde el contexto barrial dominicano? ¿Cuáles son las diferentes formas que asume la violencia
en los barrios? ¿Cuáles son las raíces de esta violencia (psico-sociales? económicas? estructurales? morales?)?
¿Qué relación existe entre violencia exclusión y empobrecimiento?

Recolección de Información

Primera etapa: Revisión bibliográfica: visita a bibliotecas, librerías e instituciones afines a la temática;
levantamiento bibliográfico en universidades dominicanas privadas y estatales.

Segunda etapa: Preparación instrumentos metodológicos para el trabajo de campo: entrevistas, claves
para los grupos focales y talleres metodológicos. Además se realizaron varias visitas a organizaciones barriales
para toma de contacto y sensibilización para apoyar la investigación.

Tercera etapa y cuarta etapa: 1. Talleres metodológicos para organizaciones comunitarias: a) Para una
convivencia creadora de vida. Propósitos: Reflexionar sobre las formas de convivencia creadoras de vida y las
formas de convivencia no creadoras de vida presentes en lo cotidiano del barrio. b) El mapa de la violencia.
Propósito: Reflexionar sobre las formas de violencia y su repercusión en las personas y en la vida de la familia.
c) Educar en la NOVIOLENCIA. Propósito: Pensar en maneras que puedan ayudarnos a prevenir la violencia y
educar en la noviolencia para mejorar la vida de la familia. d) Buscando Alternativas para contrarrestar la
violencia en el barrio (un espacio de reflexión – acción en el que pretendemos aunar fuerzas y esfuerzos para
que nuestro barrio sea un lugar donde reine la paz y la armonía). e) Taller sobre: la delincuencia juvenil
dirigido a niños, niñas y adolescentes. Propósitos: conocer la visión que tienen los adolescentes sobre la
delincuencia juvenil y la forma de prevenirla; ofrecer a los jóvenes una reflexión que les permita valorar las
cosas positivas de su barrio y reconocer los problemas que hay en el mismo, en especial la violencia y la
delincuencia. dialogar y compartir con los/las participantes sobre la delincuencia juvenil, sus raíces, sus
consecuencias y manera de alejar se ella—prevenirla.

2. Grupos focales: a) Uno con mujeres todas residentes en uno de los barrios. b) Dos grupos focales
con dirigentes barriales de diferentes sectores. c) Dos grupos focales con jóvenes de barrios diferentes.
3. Entrevistas a profundidad. Recogida de datos sobre el origen e historias de los barrios de la zona
norte, y el fenómeno de la violencia y los jóvenes dentro del barrio.
4. Entrevistas simples: Realizamos varias entrevistas a madres y padres de familia, a dirigentes
comunitarios y eclesiales—jóvenes y adultos, a maestros y maestras que viven y trabajan dentro de los barrios
y personas seleccionadas al azar. Estas entrevistas fueron realizadas en diferentes barrios.
5. Sistematización experiencia del Centro Comunitario de Mediación María Auxiliadora.
6. Participación en foros nacionales sobre el tema.
7. Visita a instituciones sociales y estatales.
8. Por último el Seminario Foro: Violencia y Juventud en Santo Domingo, fue un espacio de
retroalimentación de todos los participantes en este proceso y además de confrontación de los datos.
Además contamos con lo que hemos llamado “diálogo libre”. El diálogo libre esta basado en una
conversación “espontánea” sobre el tema de interés. La investigadora participa de la conversación, no toma
apuntes ni usa grabadora para evitar un posible “constreñimiento” (coartación) de los participantes. La
investigadora sintetiza la conversación a modo de narrativa. Si recuerda expresiones concretas puede citarlas.

9. Intercambio de experiencias con otras realidades.
Resultados


Es tan importante como necesario conocer y valorar las capacidades y las potencialidades que hay en la
barriada. La constante carga negativa que se transmite a sus habitantes afecta sin lugar a dudas su autoestima y
sus sueños. Por otro lado, también dentro del barrio se constata la necesidad de reconocer sus propios valores y
los esfuerzos cotidianos de lucha y superación. Así como reconocer cómo lo cotidiano lo vamos convirtiendo
en un cotidiano agresivo y agobiante. Por ejemplo, en nuestro lenguaje usamos más palabras insultantes que
halagadoras. Nos hemos acostumbrados al insulto, a hablarnos mal y de forma agresiva, a resolver nuestras
diferencias hiriendo la sensibilidad del otro, de la otra, provocando así más fácilmente los conflictos
cotidianos. Se impone la tarea de trabajar por una autoestima saludable y de promover medios y formas de
resolución de conflictos armoniosamente.


La Violencia en los Barrios Empobrecidos

El barrio es un rostro urbano de la pobreza. El empobrecimiento se “hace”. Es producto de una acción
directa del mercado, ahora neoliberal y antes regulado. Es un efecto intencionado. Por eso hablamos de
empobrecimiento, una acción perversa, antisolidaria y consciente. Esta es la primera violencia que afecta a los
barrios de la capital dominicana y a los pobres del mundo. En el barrio no siempre se identifica esta primera
violencia. Se señala la de los “tígueres”, que invade la emotividad. Es lo más corporal, tensión inmediata, el
miedo, el susto que paraliza. La pobreza tiende a naturalizarse.

Las relaciones violentas y agresivas están tan naturalizadas en nuestro entorno que estamos creando
una cultura de la violencia cotidiana validando relaciones, dependencias, expresiones, actitudes detonantes,
autoritarismos, formas de solucionar los conflictos, amenazas, abuso del poder, etc., violentas; al punto de
culpabilizar inclusive a las victimas reales de muchas violencias.

Es imposible hablar de los tígueres sin partir de los efectos inmediatos corporales, esas sensaciones
que difícilmente se borran de la piel, esos miedos, esas angustias, esa impotencia. El cuerpo en lo cotidiano a
través de sus percepciones sensoriales forman el soporte de la vida social. La experiencia humana esta basada
en lo que el cuerpo realiza, el ser humano habita corporalmente el espacio y el tiempo de la vida (Le Breton,
2002). La vida cotidiana está llena de significados que damos a las cosas y a las personas que nos habitan. “Un
halo emocional atraviesa todos los intercambios y se apoya en las entonaciones de la voz, la calidad de la
presencia, las maneras de ser, la puesta en escena de la apariencia, etc.” (Le Breton, 2002, p. 101). La mirada,
sentido privilegiado de la modernidad, ofrece la simpatía o la antipatía; a través de ella se puede leer la
desconfianza, el miedo o la afinidad. Hay miradas que paralizan y hay miradas que liberan, también hay
miradas cómplices que callan y hay miradas que son silenciadas. Algunos efectos de la violencia delincuencial
en los barrios:

1. Los “hierros” rodean la casa. Cuando usted camina por las calles del barrio nota que ya los
hogares no son casas, sino jaulas o cárceles rodeadas de barrotes. Todo el que puede le pone los “hierros” a la
casita. En el barrio no era tan frecuente encontrar las casas con verjas o paredes que la protejan de la calle y de
lo que de allí entra. Las verjas o los hierros, como algunos le llaman, violentan, son también una violencia a la
“cultura de puertas abiertas” originaria de la barriada; constituyen también una medida del miedo que crece en
la comunidad.
2. Mi cuerpo tiembla...me asusto...tu te paralizas...
El cuerpo recibe las sensaciones, la salud las grita y el tiempo se encargará de revelarnos el tamaño
del daño causado por esta sensación de miedo, temor, ansiedad, estrés, experienciado día a día en las calles de
la ciudad por diferentes circunstancias. Pero cuando usted llega a su casa espera encontrar la paz. Para quienes
viven dentro del barrio la angustia y la ansiedad no siempre tienen fin.

Yo no puedo vivir en una zozobra así, yo soy una mujer enferma, yo sufro de la presión, tengo
demasiados problemas, yo no puedo, yo no puedo. Cuando a ellos le coge con semana y semana con
eso yo no puedo dormir y nadie con ese estado de nervios. (GFM)

3. Inseguridad, desconfianza: la comunidad barrial pierde territorio
Hace unos días voy a mi trabajo y veo esos tres tipos ahí parados con armas y yo eché para atrás, pero
viene un señor que va a buscar su vehículo para trabajar, y yo vi cuando lo agarraron y el señor le
dijo: “yo soy de por aquí”, pero ellos le apuntaron con el arma y entonces...y atracaron al señor y le
quitaron trescientos pesos...yo me quedé por ahí y espere...ellos tiraron unos tiros y se fueron...eso me
dio miedo.… (GFM)
...los jóvenes que están en las drogas, el bandidaje de estos muchachos y el miedo de que uno no
puede salir de noche...porque si uno sale tiene que estar en la casa a las ocho, no se puede caminar por
la nueve o la diez de la noche...porque a uno le da miedo de que si pasa por un lugar pues que te
atraquen o que te estén asechando...ya uno tiene temor de salir a caminar.…
4. Discriminación. Por ser del barrio a usted lo discriminan y lo acusan de delincuente o tira
piedra, sin conocerle.
...a usted le daría vergüenza que usted viva en ese barrio y que la menosprecien y que usted sea una
buena profesora o una buena doctora y que usted sabe de por si que su madre es buena y su padre o
quizás uno de los dos...que usted depende de una buena familia y que usted está mirando no dos ó tres
personas, sino miles en ese barrio que son buena , que son serias , honesta, trabajadoras, decente...y
que solo por decir que viven en ese barrio lo menosprecian, lo tratan al meno, lo echan a un lado, lo
hacen para trá porque solo con decir que es de ese barrio no le prestan ma’nunca más atención...Ute
va a buscar un empleo tiene que decir que vive en otro sitio porque si dice que vive ahí ya no lo

aceptan…no me gusta en realidad la delincuencia , pero también entiendo y comprendo que nada más
no es en nuestro barrio…que en todos los barrios, ricos y pobre , buenos y malos está la delincuencia.
(GFM)
...los medios de comunicación son los principales que dañan la imagen del barrio y hacen que la gente
piense esto; porque si pasa un problema como en todos los barrios, los barrios marginados lo ponen
como muy grande...son las cosas negativas las que se dan a conocer y por eso, las personas lo
caracterizan como un barrio de violencia. (GFJ1)
...pero yo no lo caracterizo así [violento] porque a pesar de que como en todos los barrios hay
violencia, pero la mayoría de las personas no son violentas. (GFJ1)

5. Individualismo, apatía y desesperanza
...te decía a ti respecto de la apatía, lo que encuentro que hay problemáticas que allá cercan más
porque no dedicamos a digamos a enfrentarlo y lo tomamos desde la casa cerrando una verja, lo que
sabemos también porque en las organizaciones comunitarias casi siempre sale un grupo de la misma
gente y hay otros grupo el mayor que si y le dice a uno yo te apoyo, estoy contigo, pero estoy contigo
desde la casa, de los aposentos cerradas de su verjado, entonces problema que acaba de hacer y se
puede controlar pues no se controla porque sale de paso fácilmente y se le da un nido donde
acomodarse.… (GFD1)
6. Ruptura de la convivencia y vida comunitaria: drogas, asaltos, protestas delicuenciales
“...entonces uno tiene que andar cohibido, preso, porque uno tiene que saber con quién se va a juntar, no se
puede ser muy abierto con todas las personas.” (GFJ1)
7. El “efecto colmadón” y la “gente de fuera”. Los colmadones son tiendas de ventas de bebidas
alcohólicas y alimentos. Suelen poner música en volumen extremo hasta altas horas de la noche. La comunidad
los denuncia como puntos de venta de drogas y prostitución. “...otro problema es el ruido, esa música alta hasta
tarde en la noche.” (GFJ1) “Generalmente vienen son personas de fuera del barrio quienes van al colmadón y
que han traído muchos atracos, por ejemplo hace poco ocurrió un atraco y quien lo hizo no era del barrio.”
(GFJ1)
No siempre los efectos de la delincuencia dentro del barrio son visibilizados por las y los moradores,
ni por la sociedad. Este ha sido sólo un mínimo intento de rescatar del silencio algunas expresiones de las
gentes, otras nos van quedando pendientes.

¿Cómo construir comunidad en un mundo delincuenciado?

La violencia ha crecido. Así lo confirma la percepción de las comunidades. Para algunos
investigadores este aumento de la violencia se debe al agotamiento del modelo de dominación capitalista y sus
correspondientes formas de control social. El mito del progreso sostuvo que mediante una distribución
equitativa de los bienes materiales, la violencia tendería a reducirse, desapareciendo como problema relevante.
Pero no ha sido así. Hemos visto cómo el empobrecimiento se ha agudizado en los últimos años. Ante la crisis
de las formas tradicionales de control social, la escuela, la familia, el trabajo, etc., son buscadas otras
estrategias de dominación, entre ellas la de hacernos sentir “sobrantes” sin esperanzas. “El discurso de la
imposibilidad de cambiar el mundo es el discurso de quien, por diferentes razones, aceptó el acomodarse,
inclusive por lucrar con ella” (Freire, 2000, p. 40).

Nuestra historia es también historia de lo inhumano; de la búsqueda del interés propio, del poder;
“...nuestra historia es,…también la del totalitarismo” (Bárcena y Mèlich, 2000. p. 13), el cual rompe además
con la idea de la ciudad como espacio de aprendizaje. Educar en esta sociedad del mercado consiste en la
“fabricación” del otro con el objetivo de volverlo competente para el mercado. Es la objetivación de la persona,
su cosificación, es el aplastamiento del sujeto (Gutiérrez, 2001, p. 48). No hay sujeto.

Se promueve además la estigmatización que relaciona pobreza con delincuencia, jóvenes de barriadas
empobrecidas con delincuencia y viceversa. Las noticias sobre violencia de corte sensacionalista venden
mucho más que el cotidiano de lucha incansable de la ciudad oprimida. La violencia ha sido mercantilizada en
el campo periodístico.

Vivimos en un mundo delincuenciado. La delincuencia en sus diversas formas y clases sociales.
Delincuencia en el dominio del mercado, delincuencia en la corrupción estatal, delincuencia en el sistema
bancario, delincuencia en el barrio. Vivimos en un mundo roto que también caracterizamos con violencias
cotidianas. Un mundo que se va vaciando de cortesías, relaciones fraternas, respeto mutuo, en fin, valoración
de la vida. Vaciamiento ético llaman algunos estudiosos. El día a día en la familia, en el trabajo, en la casa, en


La Violencia en los Barrios Empobrecidos

el transporte, en la calle, en la escuela, en las relaciones interpersonales con conocidos-servidores públicos-
desconocidos, etc., nos confirma este vacío. Llegar a casa después de “la lucha en la calle” refleja a veces la
indignación y la impotencia del sentirse maltratado, humillado, ofendido. Victimas de la palabra autoritaria y
prepotente, del gesto despectivo-indiferente y amenazante, de la mirada “que matan”, de otro insensible a la
realidad ajena. Y reacciono igual. Voy aprendiendo a sobrevivir en este mundo inhóspito haciéndome también
inhóspito. Se va entonces culturalizando la violencia. La violencia se va convirtiendo en un comportamiento
aprendido y en una reacción de sobrevivencia a la falta de otras alternativas.

¿Qué pasa a nuestro alrededor? Para enfrentar el problema de la violencia es necesario romper con las
urgencias. La alternativa no es llamar a la policía o poner una demanda judicial, o enemistarme con el vecino o
vecina, por ejemplo. Eso es válido para resolver el problema a corto plazo, son las acciones llamadas “apaga
fuego”. Pero tampoco es válida la actitud de indiferencia, pasivismo o fatalismo, eso nos convierte en
cómplices de cualquier hecho. También es necesario explorar las relaciones existentes entre el crecimiento de
la violencia y los procesos de la globalización neoliberal. La relación del mercado totalizado y su propuesta
cultural, social, económica y política.

La modernización (y el capitalismo) ha promovido el individualismo y una cultura urbana basada en
la productividad y la competitividad. En los barrios, cuyos primeros habitantes fueron gentes de los campos
–cultura rural-, se ha promovido una cultura de la reciprocidad y la solidaridad, propia de la cultura rural. En
los últimos 20 años esa cultura de base popular se esta deshaciendo. La gente busca la forma de ser aceptado,
de no sentirse sola. Cabe preguntarnos ¿de qué manera seguir construyendo comunidad con bases en la
solidaridad en un mundo delincuenciado? ¿Será posible nadar contracorriente? La educación, consideramos,
tiene una palabra importante en esta construcción o reconstrucción de la comunidad, o de lo que podríamos
llamar también “cultura estructural de paz” (Wehr, 2003).

Un paso importante, afirma Paulo Freire (2000), es la toma de conciencia de nuestra presencia y estar
en el mundo como riesgo. El riesgo, afirma, es un ingrediente necesario a la movilidad sin el cual no hay
cultura, no hay historia. Sin riesgo nos tornaríamos personas paralizadas, ausentes, invisibilizadas. La
importancia de la educación radica en que en vez de negar el riesgo estimule a mujeres y hombres a asumirlo.
Asumir el riesgo es aceptar que vivimos en “tiempos difíciles”. Una presencia que se convierte en
transformadora de la realidad y que potencia otro mundo posible. Y aquí nos presenta uno de los primeros
desafíos de la educación popular. Educar es descubrir otra lectura posible del mundo. Es un acto profético que
denuncia una situación de injusticia y desigualdad, y anuncia otra realidad posible. Los seres humanos no
somos puros espectadores sino constructores de la historia; una actitud permisiva e indiferente, el no “dejarse
afectar” o el “hacer de cuenta que no pasa nada” es la del espectador. La del constructor de la historia es aquel

o aquella persona que acepta el riesgo que supone hacer el cambio. Supone actitud de riesgo y actitud utópica,
confió, luchó y esperó. A esta falta de riesgo se añade la acomodación; y es más fácil acomodarse, que asumir
la lucha permanente y casi siempre desigual a favor de la justicia y la ética (Freire, 2000). Pero esta actitud de
“desistir” se da de forma diferente según los intereses sociales. Se trata de una educación que se arriesgue a
“promover una cultura de la resistencia que es el corolario elemental de una cultura de la vida y de la paz en
los tiempos que vivimos” (Gutiérrez, 2001, p. 125).
Cambio en el lenguaje. Cambiar el lenguaje forma parte del proceso de cambiar el mundo (Freire,
2002); la relación entre lenguaje-pensamiento-mundo es una relación dialéctica, procesual, contradictoria. Pero
el discurso debe ir a la par con la acción. Dar testimonio con la práctica. La superación del discurso machista o
del discurso autoritario exige necesariamente junto al nuevo discurso democrático, antidiscriminatorio,
practicas similares.

En este mismo sentido, el mismo educador popular (Freire, 2002) nos advierte sobre la necesidad de
partir del saber de experiencia hecho, no para quedarse ahí sino para superarlo. Nuestra presencia en el mundo
no es neutra. Ella implica escoger y decidir. En la medida en que nos tornamos capaces de dar nombre a las
cosas, de percibir, de decidir, de escoger, de valorar, vamos construyendo sueños por los que somos capaces
hasta de dar la vida. Asumir los limites, es vencer el egocentrismo, abrirse a la necesidad de otros, es poner un
muro al autoritarismo.

Un mundo delincuenciado es un mundo permisivo, donde la libertad se convierte en libertinaje.
¿Cómo aprender la democracia en la permisividad de la libertad? Donde no se reconoce el derecho al límite,
donde no hay límite. La voluntad, el deseo también necesitan conocer los límites, necesitan ser disciplinados.
Afirma Freire (2002) que una voluntad ilimitada es una voluntad despótica, negadora de otras voluntades. “Es
la voluntad ilícita de los ‘dueños del mundo’ que, egoístas y arbitrarios, solo se ven a si mismos” (p. 34).

Construir comunidad desde el barrio, desde la familia o desde todo espacio de relaciones supone una relación

libertad-autoridad clarificadas.

Estoy convencido de que ninguna educación que pretenda estar al servicio de la belleza de la

presencia humana en el mundo, a servicio de la seriedad de la rigurosidad ética, de la justicia, de la

firmeza del carácter, del respeto a la diferencia, inserida en la lucha por la realización del sueño de la

solidaridad puede realizarse ausente de la tensa y dramática relación en que ambas, autoridad y

libertad, viviendo plenamente sus limites y sus posibilidades, aprenden, sin treguas, casi, a asumirse

como autoridad y como libertad. (Freire, 2002, p. 34-35)

Atreverse a imaginar otro mundo posible, otro barrio posible. Cuando en los talleres, en los
conversatorios, en los análisis de la realidad, además de mirar el presente se invita a los participantes a
compartir sobre, por ejemplo, el barrio que soñamos, se invita a desarrollar tercamente otra realidad posible y
por supuesto mejorada. Esta es una condición necesaria que debe potenciar un proceso educativo; potenciar la
capacidad de imaginación o el sueño, la utopía de las gentes. Se parte de la convicción de que la superación de
las injusticias, del empobrecimiento, de la violencia, de la sociedad mercantilizada, necesita la transformación
de las estructuras de la sociedad y esto “implica el ejercicio articulado de la imaginación de un mundo menos
feo, menos cruel” (Freire, 2000, p. 39).

Educar para aprender a vivir en un mundo roto, y soñar que un otro mundo es posible.

¿Qué hacer para que cambie esta realidad de violencia que hemos descrito en el barrio? ¿Qué hacer
para potenciar y apoyar a los jóvenes ante los desafíos que enfrentan? ¿Y el empobrecimiento? ¿Es posible
superar las condicionantes de la economía? Son preguntas que siguen martillando este primer cierre de la
investigación.

Por grande que sea la fuerza condicionante de la economía sobre nuestro comportamiento individual y
social, no podemos aceptar nuestra total pasividad delante de ella. Lo contrario sería, afirma Freire (2000),
renunciar a nuestra capacidad de pensar, de conjeturar, de comparar, de escoger, de decidir, de proyectar, de
soñar. Así lo vivimos en varios encuentros con jóvenes de los barrios, y este fue nuestro lema en el Seminario-
Foro realizado con jóvenes de los barrios: Seamos sujetos de nuestros propios sueños.

Aprender a vivir en un mundo roto y soñar que otro mundo es posible es papel de la educación. La
educación tiene que implicarse en la practica social, ella es una acontecimiento ético (Bárcena y Mèlich, 2000);
en medio de tantos destructores de la humanidad, la educación tiene que ser una apuesta por lo humano, por lo
eminentemente humano. Hombres y mujeres pueden cambiar el mundo para mejorarlo, para hacerlo más
humano, menos injusto, pero esto solo es posible con sueños, con utopía, con proyectos. “No es posible, sin
embargo, ni siquiera pensar en transformar el mundo sin sueño, sin utopía o sin proyecto” (Freire, 2000, p. 59).
Las estructuras económicas, la perversidad del mercado totalizado nos condicionan pero no nos determinan. El
ser humano es capaz de tomar distancia y reflexionar, denunciar estas estructuras, pues es en medio de ellas
que se gestan las luchas por la transformación de este mundo roto y delincuenciado. El saberse condicionado y
no fatalistamente sometido a estas estructuras del mercado abre, al ser humano conciente de dicho
condicionamiento, el camino a su intervención en el mundo.

Hacernos sujetos de nuestros propios sueños.

El mercado también te vende sus sueños y utopías. Ariel nos contaba la siguiente historia:

Mira por mi casa vive un tipo que era de nada...ahora ese tiguere tiene un carro de un millón!!! Tu

sabe lo que significa eso...yo estoy loco porque ese tipo de mude del barrio y me pregunto qué hace

ese muchacho con un carro de un millón viviendo en el barrio...por qué no se muda? Tu te imaginas lo

que significa eso para los otros jóvenes que estudiamos y trabajamos y jamás óyelo bien, jamás

ganaremos lo suficiente para tener un carro así. Ahora dime, quién no desea tener su carrito.… Ese

muchacho anda por ahí luciéndosela y nos dice a todos los jóvenes del barrio que nos fajamos

trabajando, nos dice de modo subliminal, ustedes son unos babosos.… Yo te digo que eso es duro. A

eso es lo que yo llamo falsificadores de sueños!

Los seres humanos y en especial los y las jóvenes, son soñadores por esencia. Lo que Ariel nos trae a
colación con su experiencia es que hay vendedores de sueños, ladrones de sueños y falsificadores de sueños. Es
como decir “dime con qué sueñas y te diré por qué luchas”, sueños que se transmiten a través de los modelos
de vida y de la propaganda del mercado. Mientras antiguas generaciones soñaban con transformar el mundo,
siguiendo modelos ya sea como el Che o como Jesús, nuevas generaciones sueñan con transformar su mundo,


La Violencia en los Barrios Empobrecidos

y sus “modelos” son aquellos que tienen más dinero. Sammy Sosa es un modelo porque siendo niño pobre se
convirtió en hombre rico, con la salvedad de que lo consiguió gracias a sus habilidades deportivas, pero ya
entra en decadencia por haber faltado a la verdad. Los tigueres del barrio son modelos por su valentía, porque
visten ropa de “buenas” marcas y porque consiguen lo que quieren. Cuando vemos a los niños del barrio
jugando en la calle, casi siempre lo hacen a los policías y bandidos, los vemos “pistolas” en mano y el super
hombre es el bandido que consigue matar a varios, ese es el nuevo ídolo. Ya los niños no se sienten ofendidos
cuando se les pide que hagan de bandidos en la teatralidad que se inventan de sus vidas.

Vendedores de sueños “falsificados” exhibiendo en imágenes brillantes el rostro de la abundancia
(González Buelta, 2002, p. 62). Vivir en un mundo roto supone un reajuste permanente de la propia identidad,
que moldeada por un vacío interior indecible y en medio de una cultura del instante y la apariencia necesita
reconocerse más allá de las sensaciones ásperas o placenteras y de los episodios de éxitos o fracaso. Es
necesario educar para vivir en este “mundo roto” y delincuenciado.

Reeducarse el “gusto por lo humano” desde una ética de la vida.

“Aprender la ciudadanía, en esta ciudad, es un lento aprendizaje, y quizá incluso un aprender
doloroso, pero que tiene que ver con la civilidad y con la humanidad: es como aprender a re-educarse el gusto
por lo humano” (Bárcena y Mèlich, 2000, p. 53). Se trata de pensar la ciudad no desde el miedo coercitivo
donde el otro aparece como un enemigo potencial, sino una ciudad donde el amor al otro, aún desconocido, el
sentimiento de responsabilidad y hospitalidad. Es el encuentro con el otro lo que nos humaniza. Pero
humanizar en un mundo roto, difícil no es una tarea fácil, ni se realiza desde teorías abstractas; humanizar,
afirma Vera Candau (2002) educadora brasileña, es un dinamismo “que afecta cotidianamente cuerpos,
emociones, deseos, ideas, sensibilidades, compromisos y sueños” (p. 17). Y continúa, “tarea nada fácil en
tiempos de malestar, inseguridad, violencia, falta de horizontes claros.… Tiempos difíciles” (p. 17). Una ética
de la vida refiere al sujeto vivo, real y concreto y trasciende al sistema, pero además se refiere de manera
privilegiada al débil, al y la pobre, al excluido “porque en ellos la realidad en cuanto vida negada se hace
presente como clamor” (Gutiérrez, 2001, p. 200). Si se nace y se crece con la vida propia negada se aprende
fácilmente a negar la vida de los demás.

Crear y recrear espacios alternativos, con derecho a la protesta.

Una investigación realizada en Brasil (Castro, 2001) intentó identificar los caminos alternativos que
han sido recorridos por diversas instituciones que están disminuyendo los índices de violencia y aumentando el
amor propio en los jóvenes. Se observó que el arte, la educación, el deporte y la cultura siempre aparecen como
contrapuestos a situaciones existenciales de violencia entre los jóvenes. Estos elementos pueden ser utilizados
para la construcción de espacios alternativos de socialización que les permita alejarse de las calles o permita
recrear la calle como espacio educativo, sin negarles los medios de expresión y de verbalización de los
sentimientos de indignación, protestas y afirmación positiva de sus identidades. En nuestros barrios también se
están creando grupos, como las naciones, que ofrecen un espacio diferente a los jóvenes; pero son espacios que
llevan a la alineación y descomposición de la comunidad alternativa. Por esto crear espacios, grupos, proyectos
alternativos es una urgencia para todas nuestras barriadas. Espacios donde los/as niños/as, jóvenes y adultos
puedan retomar el camino del sentido de la vida vivida en plenitud y esperanza. También nos referimos a
espacios que propicien la mirada critica a la realidad barrial; en Brasil, por ejemplo, funciona la Red de
Observatorios de derechos humanos, esta es una experiencia de jóvenes observadores que fueron capaces de
ver, interpretar, evaluar, comprender mejor que cualquier observador externo la privación de derechos que
sufren sus comunidades. Es una actividad exclusiva para jóvenes acompañándoles en su proceso de conocer los
problemas de su comunidad.

Un NO a las drogas. NO al consumo. NO al tráfico. NO a la complicidad.

Pedro Trigo (2001), al analizar el problema de la violencia en los barrios de Caracas y la relación del
negocio de las drogas, afirma que antes de que metieran la droga en los barrios todos los problemas
acumulados se procesaban o descargaban de modos a veces violentos, pero que en comparación con la
violencia actual, parecen hasta inocuos e inocentes. La droga es la causa próxima de casi toda la violencia
actual. Si no hubiera droga, seguiría la violencia, pero en una medida muchísimo menos y más proporcionada,
previsible y procesable.
La droga es hoy por hoy la causa próxima más importante de la violencia en los barrios, en el doble

sentido de que asaltan consumidores para obtener recursos para drogarse y matan porque no saben lo

que hacen porque están bajo el efecto de la droga, y en el de que se matan bandas entre sí por

problemas de distribución de drogas y bajo efecto de las mismas. (Trigo, 2001, p. 5)

La venta de droga permite a los jóvenes implicados cierta sobrevivencia económica mejor que a los
demás que realizan otros tipos de trabajos. Pero estos muchachos difícilmente se conviertan en grandes
traficantes.

Los jóvenes se encuentran con modelos de personas que, habiendo empezado como ellos, son

millonarios, gracias a este negocio.… En esta problemática de la droga hay implicados jueces,

policías -representantes de la justicia-, el joven pierde los modelos de honestidad y justicia.…El

trafico en los barrios provoca la “defensa” de los territorios, creándose las pandillas, donde cada una

domina su espacio.…Otra problemática que levanta la droga es la del adicto. El niño que comenzó a

consumir a los doce o trece años no tiene para pagar su adicción y llegado el momento, tiene que

“buscar” para pagar su adicción. (Cela, 1999, p. 34)

Es claro que la solución de este problema está fuera del barrio, y que no se resuelve porque en él están
implicados tanto policías como políticos y hombres de negocios. Pero como comunidad organizada, como
ciudadanos y ciudadanas por la paz, podemos aunar fuerzas e ideas para pensar creativamente en cómo
contrarrestar este negocio de una contrasociedad malhechora y delincuenciada.

Impacto

Este proceso de investigación ha deseado partir y mostrar cómo la comunidad visualiza su
problemática. Al hablar de violencia en los barrios, de las pandillas, la delincuencia, nos damos cuenta que la
comunidad parte de su experiencia inmediata, de su situación límite y de cómo le da significados diferentes y
puntualizaciones diferentes a las que son pensadas desde fuera de la comunidad. No obstante la dificultad de
quien en medio de su sufrimiento y de la dramaticidad que viven tal vez prefieran ignorarlo (Monclús, 1988).
Pensar sobre la violencia en el barrio ha sido también un cuestionar las propias prácticas como personas y
como dirigentes comunitarios. El proceso pedagógico propuesto en los talleres metodológicos suponía una
lectura a la realidad barrial con sentido crítico. Pasar de un acomodarse y adaptarse a una realidad a la
conciencia de poder transformarla y sabernos capaces de programar esa transformación.

Esta es de las primeras investigaciones que se realizan en el país tomando en cuenta la palabra de la
comunidad afectada. Su metodología participativa ha permitido un proceso pedagógico de sensibilización y
concientización con relación a la problemática por parte de los y las participantes de este proceso.

Ha promovido espacios de reflexión crítica involucrando a personas jóvenes de los barrios
empobrecidos, articulando así el primer espacio interbarrial juvenil para tratar temas relacionados con
violencia y juventud. Este es un proceso con efecto multiplicador y que continua aún después de terminada la
investigación.

Y deja preguntas abiertas, invitaciones a continuar profundizando en tópicos de esta problemática.

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Referencias de data

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GFD2 (Grupo Focal Dirigentes diferentes barrios zona norte).
GFJ1 (Grupo Focal Jóvenes Barrio de Cristo Rey)

GFJ2 (Grupo Focal Jóvenes Gualey).
GFM (Grupo Focal Mujeres de Gualey).
GFM (Grupo Focal Mujeres).
“No creo en ningún esfuerzo llamado de educación para la paz que,
en lugar de revelar el mundo de las injusticias
lo vuelva opaco y tienda a cegar a sus víctimas.”
(Freire, 1986, p. 46)


Figura 1

Plano de Santo Domingo. En destaque los barrios más empobrecidos de la Zona Norte.
Río.